Aprender español no es solo estudiar gramática, vocabulario o expresiones comunes, también es conocer la cultura y adentrarse en el idioma. Por eso, es importante conocer sus historias, sus costumbres y cómo viven, de ahí que sea imprescindible la lectura en el idioma, para poder entender y dominar el español.
Tanto es así que, en este artículo, encontrarás cinco cuentos infantiles populares para que desarrolles tu comprensión lectora en español, practiques leyendo en alto tu pronunciación y aprendas nuevo vocabulario. Seguramente conoces todos los cuentos populares, por lo que te será más fácil entenderlos y seguir tu aventura de aprender español en España.
La Cenicienta
El primer cuento es conocido a nivel mundial gracias a las diferentes adaptaciones que se han hecho de él: Cenicienta.
Érase una vez una joven llamada Cenicienta, que vivía con su cruel madrastra y sus dos hermanastras, quienes la trataban como una sirvienta. Tras el fallecimiento de su padre, Cenicienta es obligada por su madrastra y hermanastras a hacer las tareas del hogar, cocinar, limpiar y vivir entre suciedad y polvo.
Un día el palacio del rey organiza un gran baile para que el príncipe conozca a su futura esposa, al que son invitadas todas las damas del reino. Cenicienta desea ir, por eso, su madrastra le dice que, si quiere asistir, tiene que dejar lista la casa antes del baile. La joven, con ayuda de los animales del bosque, limpia y deja la casa reluciente, por lo que se viste con uno de los vestidos de su madre.
Pero, la madrastra y las hermanastras tienen envidia del vestido de Cenicienta y, al verla, le destrozan el vestido y le dicen que, con él roto, no puede asistir a ningún baile. La podre Cenicienta se echa a llorar y, en ese momento, aparece su hada madrina, quien, con ayuda de la magia, le confecciona un hermoso vestido y zapatos de cristal para asistir al baile. Aunque con una condición: tiene que regresar a su casa antes de la medianoche.
En el baile, al que la joven asiste en un carruaje tirado por caballos, que en realidad son unos pequeños ratones que el hada madrina ha transformado, capta la atención del príncipe y bala con él. Sin embargo, debe abandonar el baile antes de la medianoche porque el hechizo del hada se deshará a esa hora. En su huida, pierde un zapato de cristal.
El príncipe, enamorado de la misteriosa joven con la que bailó y quien se dejó un zapato de cristal, recorre el reino buscando a la dueña del zapato. Finalmente, encuentra la casa de Cenicienta, a quien le encaja el zapato a la perfección. Así, ambos se casan y viven felices para siempre.
Rumpelstiltskin
Había una vez, en un reino muy lejano, un pobre molinero que vivía con su hija. Un día, el molinero quiso impresionar al rey, por lo que le aseguró que su hija era muy especial porque podía convertir la paja en oro.
El rey, muy curioso ante las palabras del molinero, mandó llamar a la hija. Cuando la chica llegó al castillo, el rey la llevó a una habitación llena de paja, donde había montones y montones de paja. Entonces, el rey le dijo:
—Si puedes hilar esta paja en oro para mañana por la mañana, te haré mi reina. Pero si no lo logras... bueno, será tu fin.
La pobre chica se quedó helada, ella no sabía cómo hilar paja en oro. Aun así, se sentó frente a la rueca y empezó a llorar, porque no había forma posible de cumplir con lo que el rey pedía.
De pronto, ante sus ojos llenos de lágrimas, apareció un hombrecito pequeño, con un sombrero puntiagudo y una sonrisa traviesa. “Hola, niña. ¿Por qué lloras?”, le preguntó el hombrecito. “¡El rey quiere que convierta esta paja en oro, pero no sé cómo hacerlo!”, respondió ella.
El hombrecillo le aseguró que él podía ayudarla, pero quería algo a cambio de ofrecerle su ayudar a la joven. La chica pensó un momento. No tenía mucho, pero llevaba un collar muy bonito. “Te daré este collar”, dijo ella. “¡Trato hecho!”, aseguró el hombrecito.
A continuación, el hombrecito se sentó junto a la rueca, giró la rueda y, ¡zas!, la paja se convirtió en oro. Al amanecer, toda la habitación brillaba como el sol.
Cuando el rey vio el oro, se quedó impresionado. Pero, en vez de dejarla ir y convertirla en su reina, la llevó a una habitación más grande, llena de aún más paja. “Hazlo otra vez y mañana hablaremos de nuestro matrimonio”, le dijo el rey.
La pobre chica volvió a llorar, pero el hombrecito apareció de nuevo. “¿Qué me darás esta vez?”, preguntó. La chica llevaba un anillo en su dedo, así que se lo ofreció. El hombrecito aceptó, y, de nuevo, convirtió toda la paja en oro.
Pero el rey no era fácil de complacer, por eso, al día siguiente, la llevó a una habitación gigantesca, con montañas de paja, y le volvió a decir: “Si haces esto por última vez, te haré reina”.
Cuando la chica se quedó sola, apareció el hombrecito otra vez. “¿Qué me darás esta vez?”, preguntó él. “No tengo nada más” dijo la chica, desesperada. El hombrecito pensó un momento y luego dijo: “Está bien. Cuando tengas un hijo, me lo darás”.
La chica no quería prometer eso, pero tampoco tenía otra opción. Así que aceptó la oferta. Por tercera vez, el hombrecito convirtió toda la paja en oro. Cuando el rey vio aquello, ¡estaba tan feliz que se casó con la chica de inmediato! Y ella se convirtió en reina.
El tiempo pasó y la reina tuvo un hermoso bebé, pero se había olvidado del trato con el hombrecito, sin embargo, él tenía muy buena memoria. Así que, una noche apareció en la habitación de la reina.
“Vengo por lo que prometiste”, le dijo el hombrecillo. La reina se echó a llorar y le suplicó que no se llevara a su bebé. “Por favor, no te lo lleves. Haré lo que sea”, dijo llorando la reina.
El hombrecito era travieso, pero no cruel, y dijo: “Está bien, te daré una oportunidad. Si puedes adivinar mi nombre en tres días, podrás quedarte con tu bebé”.
La reina se pasó el primer día pensando en todos los nombres que conocía: Juan, Pedro, Miguel... pero el hombrecito negaba con la cabeza cada vez. El segundo día, la reina mandó a sus mensajeros a buscar nombres raros en todo el reino. Probaron con nombres como Hierbajo, Zarzapico y Torcaz, pero el hombrecito seguía diciendo que no.
El tercer y último día, uno de los mensajeros regresó con una historia curiosa. Había visto a un hombrecito bailando alrededor de una fogata en el bosque. Y mientras bailaba, cantaba:
"¡Qué bien que nadie lo sabe!
¡Rumpelstiltskin es mi nombre!"
Cuando el hombrecito volvió esa noche, la reina fingió que aún no sabía su nombre. “¿Es tu nombre Juan?”. “No”. “¿Pedro?”. “No”. Entonces, con una gran sonrisa, la reina dijo: “¿Es tu nombre Rumpelstiltskin?”
El hombrecito se puso rojo de furia. “¡¿Quién te lo dijo?! ¡¿Quién te lo dijo?!”, gritó. Tan enfadado estaba que pisoteó el suelo con tanta fuerza que se hundió en la tierra y desapareció para siempre. Y así, la reina vivió feliz con su bebé y Rumpelstiltskin nunca volvió a molestarla.
La Bella Durmiente
Érase una vez un rey y una reina que vivían en un hermoso castillo, pero estaban tristes porque no podían tener hijos. Pero un día nació una preciosa niña, ¡el reino iba a tener por fin una princesa! Estaban tan felices que organizaron una gran fiesta para celebrar su llegada. Invitaron a todo el reino, incluyendo a hadas mágicas.
Cada hada le dio un regalo especial a la princesa: una le dio belleza, otra inteligencia, otra bondad, y así hasta que la niña era casi perfecta. Pero justo cuando la última hada iba a dar su regalo, ¡la puerta del salón se abrió de golpe!
Entró Maléfica, un hada oscura a quien no habían invitado y que estaba furiosa por ello. “¡Qué niña tan linda! Pero cuando cumpla 16 años, se pinchará el dedo con el huso de una rueca... ¡y morirá!”, sentenció el hada antes de marcharse.
Todo el mundo quedó horrorizado. Pero la última hada, que todavía no había dado su regalo, dijo: “No puedo deshacer la maldición, pero puedo modificarla. La princesa no morirá, sino que caerá en un sueño profundo durante 100 años. Y al final, un beso de amor verdadero la despertará”.
Aunque los reyes seguían preocupados por la maldición, por eso, decidieron proteger a su hija y ordenaron que todas las ruecas del reino fueran destruidas.
Los años pasaron, y la princesa creció feliz y hermosa, con todos los dones que las hadas le habían dado. Pero, cuando cumplió 16 años, algo terrible sucedió. Mientras la joven princesa exploraba el castillo, llegó a una torre antigua, donde encontró a una anciana trabajando con un objeto extraño para ella.
“¿Qué haces?”, preguntó la princesa. “Estoy hilando, querida”, respondió la anciana, quien en realidad era Maléfica disfrazada. “¿Puedo intentarlo yo también?”, preguntó con curiosidad la princesa. La anciana le enseñó como usar la rueca, pero en cuanto la princesa la tocó se pinchó el dedo. Y, tal como la maldición decía, cayó en un profundo sueño de 100 años.
Cuando el rey y la reina encontraron a la princesa ya era demasiado tarde. Así que llevaron a su hija a la habitación más bonita del castillo y la pusieron en una cama de terciopelo. Entonces, el hada buena apareció y dijo: “Dormirá 100 años, pero no estará sola”.
Con su varita mágica, el hada hizo que todo el castillo también se durmiera: el rey, la reina, los sirvientes, ¡incluso animales! Todo quedó quieto y silencioso. Para proteger a la princesa, el hada hizo que un bosque espeso y lleno de espinas creciera alrededor del castillo. Nadie podría entrar.
Pasaron muchos, muchos años y la historia de la Bella Durmiente se convirtió en una leyenda. Algunos decían que era solo un cuento, pero un día, un príncipe valiente escuchó la historia y decidió investigar.
El príncipe viajó por tierras lejanas hasta que llegó al bosque de espinas. Era tan espeso que parecía imposible atravesarlo, pero el príncipe no se rindió. Usó su espada para cortar las ramas y las espinas, y poco a poco, logró abrirse paso hasta el castillo.
Cuando entró, vio a todos dormidos. Finalmente, llegó a la habitación donde estaba la princesa. Al verla, pensó que era la persona más hermosa que había visto en su vida.
El príncipe se acercó y le dio un beso suave en la frente. Y entonces, ¡la maldición se rompió! La princesa abrió los ojos y sonrió. En el mismo momento, todos en el castillo despertaron.
La princesa y el príncipe se enamoraron y, poco después, se casaron. Y colorín colorado, oeste cuento se ha acabado.
Caperucita Roja
Sin duda, Caperucita roja es tan conocido como los cuentos infantiles de Cenicienta o La Bella Durmiente. El más conocido es el escrito por los Hermanos Grimm, que dice así:
Caperucita roja va a visitar a su abuelita, que está enferma, con una cesta llena de comida que le manda su madre, pero para llegar a la casa, necesita atravesar el bosque. Durante su camino, se cruza con el lobo, quien la engaña para tomar un desvió más largo a casa de su abuelita, con el pretexto de coger flores para su abuela. Sin embargo, mientras Caperucita va a recoger flores, el lobo aprovecha para llegar antes que ella a casa de la abuelita enferma.
Cuando llega a la casa, el lobo se hace pasar por Caperucita para entrar y se come a la abuelita. Después, el lobo se disfrazar de ella y espera a que llegue la nieta. Caperucita llega por fin a casa de su abuelita, pero es el lobo quien la está esperando. “Qué ojos más grandes tienes, abuelita”, le dice Caperucita. “Son para verte mejor”, responde el lobo disfrazado. “Qué orejas tan grandes tienes”. “Son para oírte mejor”. “Qué boca tan grande tienes”. “Es para comerte mejor”, le dice el lobo y, acto seguido devora a Caperucita.
Esta historia tiene varios desenlaces, pero el más popular cuenta que fue el cazador quien salva a Caperucita y a su abuelita. Mientras que el lobo está dormido, el cazador oye los gritos de auxilio de Caperucita y su abuela; saca a las dos de la tripa del lobo y, entre los tres, llenan el estómago de la criatura con piedras, para después tirarle al río.
El gato con botas
Había una vez un molinero que tenía tres hijos. Cuando el molinero murió, dejó sus cosas para que sus hijos las repartieran. Al mayor le dejó el molino, al segundo un burro y, al más pequeño, solamente un gato.
El hermano más joven estaba muy triste. “¿Qué voy a hacer con un gato? No puedo trabajar ni ganar dinero con él”, se lamentaba. Pero el gato lo miró con sus grandes ojos brillantes y le dijo: “No te preocupes, amo. Dame un saco y unas botas, ¡y verás todo lo que puedo ayudarte!”
El joven pensó que era una idea extraña, pero decidió darle al gato lo que pedía. Así que le consiguió un saco y unas botas pequeñas. El gato con botas se veía muy elegante. “Confía en mí, amo. Solo ten paciencia”, le aseguró el felino, ajustándose las botas.
El gato salió al bosque con su saco. Puso algunas zanahorias dentro y lo dejó abierto en el suelo. Luego, se escondió detrás de un árbol. Poco después, un conejo se acercó al saco, olió las zanahorias y... ¡zas! El gato tiró del cordón y atrapó al conejo.
El gato llevó el conejo al castillo del rey y se lo ofreció como un regalo. “Majestad, este regalo es de mi amo, el Marqués de Carabás”, dijo el gato con una reverencia. El rey, sorprendido, aceptó el regalo. “¡Qué generoso es el Marqués de Carabás!”, aseguró el rey, aunque nunca había oído hablar de él.
Cada día, el gato atrapaba animales del bosque y se los llevaba al rey. Siempre decía que eran regalos del Marqués de Carabás. Así, el rey empezó a pensar que el Marqués era un hombre muy rico y amable.
Un día, el gato se enteró de que el rey iba a pasear en su carruaje con su hija, la princesa. El gato corrió a casa y le dijo a su amo: “Haz lo que te digo, amo. Ve al río y quítate la ropa. Yo me encargo del resto”. Aunque no entendía nada, el joven obedeció. Cuando el carruaje del rey pasó cerca, el gato empezó a gritar: “¡Auxilio! Mi amo, el Marqués de Carabás, ¡se está ahogando!”.
El rey escuchó los gritos y mandó detener el carruaje. Cuando vio al gato con botas, lo reconoció de inmediato. Rápidamente, el rey mandó a sus sirvientes a sacar al joven del agua y le dieron ropa elegante para que se vistiera. El joven, ahora vestido como un noble, se veía muy guapo. La princesa, al verlo, sonrió tímidamente. “Sube a mi carruaje, Marqués de Carabás. Vamos a pasear juntos”, le ofreció el rey al joven.
Mientras, el gato con botas corrió por delante del carruaje y llegó a un campo donde unos campesinos estaban trabajando. “Si el rey pregunta de quién son estas tierras, digan que pertenecen al Marqués de Carabás, o, de lo contrario, la cosecha de este año será mala”, les advirtió el gato. Cuando el carruaje pasó, el rey preguntó a los campesinos: “¿De quién son estas tierras?”. “¡Del Marqués de Carabás!”, respondieron todos al unísono.
El gato siguió corriendo hasta llegar a un castillo enorme, donde vivía un ogro muy rico y temido. El gato tocó la puerta y,cuando el ogro abrió, el gato dijo con mucha educación: “He oído que eres muy poderoso. ¿Es cierto que puedes convertirte en cualquier animal?”. “¡Por supuesto que puedo!”, rugió el ogro, orgulloso. Y para demostrarlo, se transformó en un enorme león.
“¡Impresionante! Pero seguro que no puedes convertirte en algo pequeño, como un ratón”, le retó el gato al ogro. “¡Claro que puedo!”, aseguró el ogro y, en un instante, se convirtió en un ratoncito.
El gato no perdió tiempo. Saltó sobre el ratón y se lo comió de un bocado. Así, con el ogro fuera del camino, el gato tomó posesión del castillo. Cuando el rey llegó en su carruaje, el gato salió a recibirlo. “Bienvenidos al castillo del Marqués de Carabás”, dijo el gato.
El rey estaba impresionado con la riqueza del marqués. Durante la cena, la princesa y el joven se enamoraron y, poco después, el rey dio su bendición para el casamiento.
Y así, gracias a la astucia del gato con botas, su amo vivió feliz en un gran castillo con una princesa. El gato también se quedó a vivir con ellos, disfrutando de una vida llena de comodidades.
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