Expresión que va más allá de lo trascendente, un llanto del alma que nace del dolor pero termina en la esperanza, un quejido que nace en los balcones para subir al cielo. Si habéis escuchado una saeta entenderéis perfectamente como hemos comenzado.
Cantadas al paso de las procesiones, las saetas son una de las muestras de fe más desgarradoras de la tradición de la Semana Santa. Se asocian a la celebración en Andalucía, más concretamente en Sevilla, pero podemos escuchar su sonido también en Murcia, Extremadura, Castilla-La Mancha y zonas localizadas de Castilla y León.
(Ejemplo de saeta a cargo de la cantante India Martínez)
Todos los años nos acompañan en Semana Santa y hemos dado por hecho que siempre han estado ahí, eternas como al poder que homenajean, pero como en esta vida terrena tienen un origen, aunque es discutido. Para muchos la saeta es directa heredera de los muecines que allá por la época de Al-Andalus llamaban a la oración de los fieles; otros han visto en ella ecos de las salmodias sefardíes –quizá amplificadas por el dolor de los judíos que abandonaron España o tuvieron que abandonar su fe para quedarse en España- . De mezquitas y sinagogas habrían saltado a monasterios y abadías convirtiéndose en las llamadas saetas de monjes, típicas del siglo XVI y llevadas incluso a América por hermanos franciscanos. De hecho ellos fueron los primeros en definir la saeta como “aviso en forma de coplilla que se recitaba en las calles y en determinados momentos de las misiones”.
Sin embargo aquellas distaban mucho de ser las hoy nos ponen los pelos de punta. Las saetas flamencas nacieron a finales del siglo XIX. Estos rezos en voz alta obtuvieron entonces su forma canónica, la de cuatro versos octosílabos con tono de martinete o seguiriya en los que el tercero se repite.
Una vez conocido su origen, su vocación espiritual, uno se pregunta qué tienen que ver estos cantos con el nombre “saeta”, que en español designa a una flecha o punzante arma arrojadiza, algo tan alejado de la trascendencia y la espiritualidad. La mayoría de especialistas coinciden en que una saeta bien cantada es una flecha dirigida al mismísimo corazón de Dios.
Con tales antecedentes y ante tal significado no es de extrañar que grandes poetas se hayan inspirado en las saetas. Tal es el caso de Antonio Machado y Federico García Lorca; incluso se han querido ver ciertas influencias de las saetas de monjes en la oscura obra de Bernardo Acevedo ya en el siglo XVII.
Poder escucharlas, aun sin estar en España es fácil y más en los tiempos que corren. Así que, si el lector desea iniciarse no tiene más que buscar la obra de intérpretes como la Niña de los Peines, Pepe Marchena, Manolo Caracol… ¡Prácticamente todos los cantaores de flamenco han cantado alguna! Incluso cantantes tan alejados del flamenco como Rocío Dúrcal o Joan Manual Serrat han dedicado composiciones a este género.
Un género que es más que música o cante… una expresión que va más allá del tiempo y el espíritu.
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