La España más "british"
Aunque se crea que entre España y el Reino Unido (más concretamente Inglaterra) hay una rivalidad y hasta cierto punto enemistad, realmente las dos naciones comparten una fascinación mutua. Una prueba sería, del lado inglés, la gran cantidad de hispanistas británicos que han analizado nuestra historia; y del lado español, que nuestros compatriotas eligen Londres como primer destino turístico extranjero (sí, por delante de París).
La cultura inglesa siempre nos ha atraído; o al menos una parte de ella: la de las buenas maneras, la de la elegancia en la apariencia y en el trato, la del humor irónico y frío, la de la música moderna y la moda pop… Unos dicen que es porque nos resulta “extraña”; otros dicen que es porque, de habernos ido de otra manera en la historia, lo que hoy entendemos por un “gentleman británico” sería un hidalgo castellano.
Cuándo empezó esta peculiar fijación con la “Pérfida Albión” (expresión usada por el poeta de origen franco-aragonés Augustin Louis Marie de Ximénès) es algo difícil de responder. Aunque algunos estarían tentados de responder mencionando viejas polémicas sobre Catalina de Aragón-primera esposa de Enrique VIII-, o Gibraltar –no vamos a decir nada-; muchos hablan de una conexión “de culturas” allá por la época del Romanticismo. Los nobles y burgueses británicos deseosos de conocer mundo y tener experiencias exóticas que no podían ir a Egipto o India iban a la más próxima España; como consecuencia algunos hombres de negocios ingleses se trasladaban a nuestro país para, por ejemplo, comerciar con los excelentes vinos del sur (recordad cierta marca cuyo emblema es un toro) que se harían famosos en todo el imperio británico. Igualmente compañías mineras y ferroviarias británicas se fijarían en nuestro país para obtener pingües beneficios durante la época de la industrialización. Eso supuso que, hasta cierto punto, los ingleses destacados aquí se españolizaban y los españoles a su cargo se “britanizaban”. Un ejemplo es que el auge del fútbol en España comenzó con la creación en 1889 del Real Club Recreativo de Huelva por parte de la dirección de la compañía británica que administraba la explotación de las minas de Riotinto.
Un verdadero boom de lo “british” tuvo lugar en 1906, cuando Alfonso XIII se casó con Victoria Eugenia de Battemberg, nieta de la conocidísima Victoria de Inglaterra. En un principio no fue del todo aceptado que una descendiente de la casa real anglicana se casara con un rey católico; pero tras la conversión de ella a la fe católica, los españoles se mostraron mucho más abiertos a la influencia británica. De hecho la alta sociedad llegó a dividirse entre los aficionados a lo británico y los aficionados a lo francés.
Esa afición pasó por tiempos oscuros (ya sabéis a cuáles nos referimos); pero volvió con fuerza durante la época del desarrollismo (años 60 del siglo XX). España se abría a nuevas influencias y una de las más cercanas, por supuesto, era la británica. Una de las más notables sería la musical: muchos jóvenes de la época ya estaban cansados de coplas y música tradicional; Reino Unido vivía una época dorada en lo que ha música se refiere: The Beatles, The Rolling Stones, The Who… muchos de ellos llegaron a España a través de marineros, pilotos o telegrafistas. Una mención especial merece el mítico locutor Ángel Álvarez que pasó de trabajar en Iberia y traer discos anglosajones a España a tener su propio programa de radio… ¡que duraría más de 40 años!
Del resto se encargaría la televisión. Hacia finales de los años 60 y principios de los 70 llegan a España y a través de la productora Thames Television numerosos programas y series que marcarían la visión española de la cultura inglesa: desde las tramas de espionaje de “Los Vengadores” (¡cómo olvidar a la seductora Emma Peel y al carismático John Steed!), pasando por la comedia urbana de “Un hombre en casa” (Los Roper, caseros de los protagonistas, alcanzarían cotas de popularidad increíbles en España), el drama social de “Arriba y Abajo” (muchos recuerdan todavía al autoritario Sr. Hudson), o el humor fácil y un tanto chusco de Benny Hill (increíblemente su show se emitió en España hasta bien entrados los años 90).
Un punto culminante llegaría en los años 80. España se abría al mercado europeo, lo que suponía estar al corriente casi de inmediato de la escena cultural británica. Era la época de la New Wave, de los neorrománticos, el punk y hasta el technopop: grupos como Duran Duran, Spandau Ballet, The Clash o Pet Shop Boys triunfaban en España. De hecho cantantes españoles como Tino Casal o conjuntos como Alaska y los Pegamoides o Golpes Bajos se verían muy influenciados por las modas británicas. Durante los 80 y primeros 90 también la televisión forjó nuestra idea de lo que era la cultura británica mostrándonos adaptaciones de las obras de autores como Conan Doyle (Sherlock Holmes) o Agatha Christie (Mrs Marple y Poirot). Muy pocos lo recuerdan pero la mítica “Doctor Who” llegó a emitirse en algunas televisiones autonómicas por esta época, al igual que otras como “Blackadder” o “The Young Ones”.
Los 90 fueron eminentemente musicales en lo que al elemento “british” se refiere. El famoso “Britpop” se hacía fuerte gracias a grupos como Oasis, Blur, Suede, Pulp, Ocean Colour Scene… también llegaría una influencia insospechada… ¡la de los cocineros británicos! Sí, en un país con nuestra escena gastronómica el joven Jaime Olivier triunfó.
Deberíamos detenernos ya; pero lo cierto es que este tema llenaría varios artículos. Nos dejamos muchas influencias, muchas series, mucha música. Es curioso como el arte y la cultura pueden unir a los pueblos, mucho más que la historia y la política.