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Mujeres y Literatura

La evolución de la literatura en al civilización occidental puede ser contada a través de una serie de filtros, cada uno de los cuales nos permite erigir un edificio ligeramente diferente, con un enfoque en el género, el sujeto, el estilo, y así hasta que queramos. En ocasiones, no obstante, se nos presenta una historia de la literatura que estudia el desarrollo de la forma artística a partir del siglo XIX desde la perspectiva del género del autor.

Una razón muy posible para esto es el hecho de que, a menudo, los escritores de periodos anteriores al siglo XIX eran todos hombres. Por supuesto, hay excepciones, y las circunstancias varían entre países. Por ejemplo, dentro del sistema de las sociedades medievales y el éxodo de una vasta mayoría de la población masculina en multitudinarios ejércitos que buscaban recuperar la Tierra Santa del control musulmán, la población femenina se reveló no solamente como tremendamente influyente sino, básicamente, como la clase dirigente en ausencia de los líderes varones.

Por tanto, muchas cortes del territorio francés, especialmente en la región de Aquitania, al sur, se llenaron de trovadoras que proporcionaban entretenimiento con composiciones propias. No obstante, no había ninguna Marie de Francia ni nada similar en la Corte española, donde el dominio de autores masculinos se puede evidenciar hasta bien entrada la edad moderna.

Piedad y Literatura

Con el giro eminentemente patriarcal de la sociedad occidental a través de la Edad Media y buena parte de la Modernidad, el único lugar adecuado para la mujer, fuera del calor y la comodidad de su propia casa, donde podía cuidar de su prole y su marido, era entre los muros de un convento, donde una vida dedicada a la iglesia y a Jesús era la única excusa aceptable para ocuparse en cualquier tarea, sin importar la que fuese. Por tanto no es ninguna coincidencia que tantas mujeres escogieran vivir una vida que nos cuesta imaginar hoy en día.

Pero en el siglo XVI, y hasta bien entrado el siglo XX, el convento era una institución bastante liberadora, por decirlo así, que permitía a las mujeres prosperar en determinadas áreas que hubieran estado prohibidas para ellas fuera del contexto religioso. Mientras esta "libertad" les costaba su individualidad, no es para nada una coincidencia que las primeras creaciones literarias por autores femeninas en España tuviesen la forma de textos místicos que trataban temas religiosos.

Comenzando por Teresa de Cartagena , que estuvo activa hasta mediados del siglo XV, las místicas femeninas proliferaría, no en gran abundancia, pero sí en un número mucho más grande que en otros ámbitos de la vida. Del misterio trascendental en la obra de Teresa de la Cruz en Ávila a las "novelas ejemplares" de María de Zayas -al estilo cervantino-, tenemos bastante evidencia del amplio abanico de obras que se produjeron dentro del ámbito religioso en la época. Este fenómeno no era exclusivo de los territorios continentales, como demostraría Sor Juana Inés de la Cruz, una de las más importantes místicas en lengua española, con su poesía, considerada el punto de arranque de la literatura mexicana.

Autoras

Desde la aparición de la figura de Fernán Caballero en el siglo XIX, y con el gradual reconocimiento de la igualdad entre hombres y mujeres en el siglo XX, los autores femeninos -o sea, las autoras- se han vuelto mucho más prolíficas, hasta el punto de que el mercado hoy en día es enorme y de una calidad extraordinaria. Hoy, España es el hogar de un buen número de influyentes y potentes autoras que han producido una gran cantidad de excelentes publicaciones.

Entre ellas, un lugar destacado se le debe reserva r a Ana María Matute, reconocida autora y miembro de la RAE (Real Academia de la Lengua Española). También es muy conocida Carmen Laforet, con su retrato de la mujer adolescente durante la represiva dictadura española. A su vez, el entorno político y la interpretación del naturalismo caracterizan el trabajo de otra autora contemporánea importante, Emilia Pardo Bazán. Ella y otras muchas son una prueba inequívoca de que no hay escasez de autoras españolas de reconocido prestigio.